Dentro de una semana, Apple inaugurará su conferencia de desarrolladores anual, un evento que también este año contará con una keynote como rampa de despegue. Y se trata de una cuenta atrás inusitada este año: durante casi 8 meses de silencio sobre nuevos productos, se espera que la compañía nos muestre el anticipo de los nuevos sistemas operativos iOS 7 y OS X 10.9, de los que todo el mundo habla pero que, realmente, nadie sabe nada de nada.
Como si el mundo de la tecnología se hubiera convertido en un enorme tablero de ajedrez, Apple parece buscar este año una apertura perfecta: un primer movimiento limpio, potente y enérgico en el que basar toda la estrategia de los siguientes. Más allá de lo que nos ofrezca la compañía, el marco donde se desarrolla es una de las fibras más entrelazadas del inmenso telar que sostiene la historia de Apple. Iniciada como un evento interno de la compañía, a principios de los 80, la conferencia ha ido adquiriendo vida propia alimentada por cada nuevo producto de Apple. Pero detrás del escenario hay mucho más.
Cuando miramos hacia atrás, el pasado tiende a marcarnos las diferencias entre cada instante: ese momento, esa novedad, ese hecho que destaca cada año y que lo cataloga. No es lo más importante, en mi opinión, de la WWDC. Sí lo es el mensaje que lo define, que trasciende en cada convocatoria: “Sé uno de los nuestros“. Y en uno de los momentos con la competencia más feroz que Apple ha tenido en años, la gente recorre el mundo para acudir a ella.
Quizás no se trate de un silencio de meses, sino de elevar la voz en el momento perfecto.
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